Por SOLANGE FINKELSZTEIN
Mg. en Economía. Coordinadora de la Maestría en Economía y la Maestría
en Dirección de Finanzas y Control, en UADE Business School.
economia@puntosurweb.com.ar
La economía argentina hoy se encuentra en un proceso de normalización de la macroeconomía, después de mucho tiempo de tener intervenciones cambiarias y de estar cerrada al comercio y crédito internacionales. Se ha recuperado el comercio, el acceso al crédito internacional y se ha establecido un régimen cambiario libre o flotante. Además, hay un programa en curso cuyo objetivo es bajar secuencialmente la tasa de inflación, programa que lleva adelante el Banco Central y con éxito parcial y paulatino. No alcanzó sin embargo para que Morgan Stanley calificara las acciones argentinas con la categoría de emergentes. Claro está entonces que desde afuera, aún quedan por resolverse algunos otros aspectos de la macroeconomía.
El déficit fiscal, característico desde siempre en nuestra economía, es esa sombra que oscurece todo buen pronóstico. Hemos tenido diferentes recetas para hacerle frente, como la financiación del mismo a través de la emisión monetaria (monetización del déficit) y el endeudamiento, pero pocas fueron las ocasiones en que se trató el problema de base. Hace años que se espera una reforma tributaria que impulse la economía hacia la formalidad y una revisión del gasto. Hemos tenido blanqueos de capitales (unos cuantos, lo que también atenta contra nuestra credibilidad) que salvo alguna excepción, en general demostraron ser medidas poco eficaces para aumentar la base imponible. Hoy se ven algunas iniciativas en torno al reacomodamiento del gasto pero aún quedan varios temas pendientes en esta materia.
La actual gestión económica cambió la monetización del déficit fiscal por endeudamiento, aunque aún una parte del déficit se monetiza, el 1.5% del Producto Bruto Interno (PBI)
Definido este camino entonces, lo que sigue es ver cómo se distribuyen los vencimientos de este endeudamiento. Esta es otra de las decisiones que deben tomar los hacedores de la política económica. Pueden concentrar los vencimientos en el corto plazo, como es el caso de las Letes (Letras del tesoro) a 180 días o bien pueden distribuir los vencimientos entre el corto, el mediano y el largo plazo.
Hace pocos días se emitió un bono a 100 años, lo que trajo un rum rum en las noticias. Este bono tiene como principal característica que es pagadero luego de varios ciclos político-electorales, y esto tiene la ventaja (discutible) de posdatar el vencimiento o distribuirlo mejor, pero también lo caracteriza el hecho de que es un compromiso que obliga al emisor (en este caso el Estado argentino) a pagar de aquí hasta su vencimiento (100 años) una tasa acorde al riesgo país que hoy tiene la Argentina. Es aquí donde, quienes esperan una caída en la tasa de interés, se vieron tentados a comprar este bono esperando ganar con ese diferencial de tasas y por tanto de precio. Desde el punto de vista del comprador, este escenario podría ser favorable pero desde el punto de vista del deudor (Estado), la tasa a pagar está en las cláusulas contractuales, obligándose a pagar de aquí en adelante y por cien años el riesgo y la calificación que hoy tiene la Argentina.
Ahora, mientras la inversión financiera parece tener hoy varias alternativas (bonos, Lebacs, Letes, y otros). aún queda pendiente la inversión productiva proveniente del sector privado. Aquí, pareciera que tanto los inversores domésticos como las entidades que nos ven desde afuera están todavía a la espera de mejoras sustanciales en la macro para poder avanzar en materia de inversiones. Es comprensible entonces que Morgan Stanley por ejemplo, no se haya animado a calificar las acciones argentinas con características de país emergente. Vamos en camino, pero aún queda largo sendero por recorrer.
(*) La autora es coordinadora de la Maestría en Economía y la Maestría en Dirección de Finanzas y Control, en UADE Business School.