Por Lic. Néstor Sierra Fernández.
@nesifear
Los gobiernos nacional y provincial, vuelven a aplicar contra los comerciantes el control de precios y desabastecimiento, que ahora delegarán en las municipalidades. No reconocen que la causa de la inflación está en la brutal emisión monetaria que excede con creces la sumatoria de precios de todos los productos y servicios. Y apela a un método que fracasó miles de veces a lo largo de la historia.
Hace 40 siglos, en Babilonia, “Hammurabi, el rey protector… que descolla sobre los reyes de las ciudades…”, como se hacía llamar, estableció el famoso “Código de Hammurabi”, en el cual estipulaba el salario que se debía pagar por cada oficio. Algunos, por ejemplo:
257. Si un hombre contrata a un trabajador de campo, deberá darle ocho gur de maíz por año.
258. Si un hombre contrata un resero, deberá darle seis gur de maíz por año.
261. Si un hombre contrata un pastor para vacas y ovejas, deberá darle ocho gur de maíz por año.
268. Si un hombre contrata un buey para trillar, 20 qa de maíz es su paga.
Los registros históricos muestran una caída del comercio en el reinado de Hammurabi y sus sucesores. “No se encontraban ya más tamkaru (mercaderes) prominentes y prósperos durante el reinado de Hammurabi. Más aún, sólo se conocen unos pocos tamkaru en los tiempos de Hammurabi y posteriores… todos… evidentemente comerciantes y prestamistas menores.” En otras palabras, parece que la misma gente que supuestamente se beneficiaría con las restricciones de precios y salarios de Hammurabi, eran expulsados del mercado por esos y otros estatutos.
Así lo ejemplifica el libro “4000 años de control de precios”, que explica cientos de ejemplos, desde Egipto, pasando por el imperio romano hasta la Argentina, en los cuales todos los intentos desde los gobiernos de controlar precios y salarios, incluso bajo pena de muerte, fueron infructuosos.
Otra perlita: para financiar el mantenimiento del engrandecimiento de los ejércitos para cuidar de sus inmensas fronteras conquistadas, los emperadores romanos quitaban a sus monedas cada vez más oro, reemplazándolo por metales viles. El resultado fue la hiperinflación. Para detenerla, el emperador Diocelciano no bajó los gastos estatales, pero “fijó los precios máximos a los cuales podían venderse la carne, granos, huevos, ropa y otros artículos (y también los salarios que podían recibir todo tipo de trabajadores) y prescribió la pena de muerte para cualquiera que dispusiera de sus bienes a cifras superiores”.
Resultado: “Hubo mucha sangre derramada sobre cuentas triviales e insignificantes; y la gente no llevó más provisiones al mercado, ya que no podían obtener un precio razonable por ellas y eso incrementaba la escasez tanto, que luego de que varios hubieran muerto por ella, fue dejada de lado”. Hubo desabastecimiento, porque los mercaderes se rehusaban a vender sus mercaderías a un precio menor al que habían pagado por ella, so riesgo de ser condenados a muerte. Cuatro años después, con la salud afectada, renuncio Diocleciano y, en términos de oro, el denario se devaluó un 250 por ciento.
La historia argentina del Siglo XX está plagada de controles de precios. En este sentido, baste recordar los gobiernos de Juan D. Perón o el Plan Austral, del gobierno de Raúl Alfonsín, que comenzó con un control de precios, salarios y tarifas. Por diferentes caminos, todos llegaron al mismo final: el fracaso de los controles y el rebrote de la inflación.
Ahora, se insiste. Así como no hay alcohol en las farmacias, ni en gel ni del común, debido al decreto presidencial de retrotraer, a mediados de marzo, los precios del alcohol al 20 de febrero, además de obligar a un aumento de la producción, lo mismo sucederá con los comestibles en los supermercados, y todo aquello que se quiera controlar. Máxime cuando, por medio de un DNU, el gobierno nacional le pasa a los intendentes el poder de inspectores y policías. No solofracasarán en su intento de que bajen los precios, sino que provocarán el odio de la gente a los comerciantes. Y el intendente Néstor Grindetti, quien fuera secretario de Hacienda del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, lo sabe muy bien.
En su obra “La riqueza de las Naciones”, Adam Smith explicó que el carnicero vende su carne no por altruismo, sino por el egoísmo de tener dinero satisfaciendo una necesidad. Así, los productores y comerciantes producen y comercian con ese fin. No para perder plata.
Se trata de mirar la historia económica.
El mejor control de precios lo tiene el consumidor, dejando de comprar cuando ve que subió el precio del bien que desea.