El dios que supimos ver y el diablo que no quería ser: ambos murieron hoy con Diego Maradona.
Del uno y otro sabemos ya demasiado, pero convertirlo en D10s (así tituló la noticia de su partida el Corriere Della Sera) fue, casi seguro, el origen de la parte endiablada de Maradona.
Hoy lloramos porque nos damos cuenta que Diego, ese fiel representante de los argentinos, ese depositario de nuestros sueños en cada gambeta, es mortal. «Todos los hombres son mortales. Diego era un hombre. Diego es mortal», ejemplifico parafraseando la genial pluma borgiana, que refería a Sócrates.
Sí. La parca nos sacó del recuerdo del segundo gol contra los ingleses, el mejor de la historia de ese juego hermoso llamado fútbol. De la genialidad de quedarse parado con la pelota en la línea del arco rival jugando para Barcelona, y cuando volvía un defensor, la metió de taquito. Del Diego empujando a la Selección con su tobillo enorme. El Diego que nos regaló tanto. La partida de hoy nos enseñó que «Diego es un hombre», aunque nos haya sacado campeón en el 86, habiendo reivindicado con sus gambetas locas nuestro supuesto lugar potencia en el mundo, para hacernos olvidar nuestras frustraciones como país.
Ese es el Diego que debemos despedir hoy, a la hora de su partida hacia el mundo de los muertos. No es momento de mencionar su lado diablo: el de las drogas, el de la efedrina, el del (nos enteramos hace poco) el alcohol y las pastillas. En el momento de la consumación final del ídolo, no despidamos al que disparó en la quinta de Moreno contra los periodistas, al que tuvo ocho hijos. Ese juicio está reservado a Dios, al Dios de nuestra fe.
El hombre no aguantó más su lado diablo. Se venía venir con sus frases inentendibles. Con su depresión y su operación.
El barrilete cósmico inicia su remontada final hasta el olimpo.
Si tengo un hijo, cuando me pregunte «Papá, ¿cómo se juega bien al fútbol?», le pondré el video del segundo gol del Diego a los ingleses y le diré: «Vení, hijo. Mirá. Así se juega al fútbol».
Gracias por tanto, Diego.